¡Hola a tod@s!
¿Qué tal habéis comenzado el nuevo año? Como veis, yo sigo decidida en mantener el blog activo, espero poder dedicarle un poquito cada semana, al menos.
Para empezar el año, me gustaría compartir con vosotros un relato que escribí hace dos meses. Lo hice respetando unas bases concretas para presentarlo a un concurso y, aunque no ha habido suerte, la verdad es que fue un reto para mí escribir algo de estas características. Digo un reto tanto por la temática, como por el lugar donde se ambienta la historia. Además, tuve que escribir contra reloj, porque no disponía de demasiado tiempo.
Las bases estaban muy bien definidas: "Los relatos podrán abordar cualquier temática siempre que la trama se desarrolle en el territorio de la Comarca del Bajo Aragón con el trasfondo histórico de la pandemia de la covid 19".
Y este relato fue el que escribí. Deseo que os guste.
¡Feliz semana!
Fue de pronto, sin esperarlo. De un día para otro la vida cambió. De repente, sin haber podido reaccionar ni prepararnos para lo que se nos venía encima, nuestra rutina cambió para siempre. Tanto tiempo maldiciendo nuestras vidas, quejándonos por la monotonía, y en aquel momento hubiéramos dado lo que nos hubiesen pedido por recuperar todo aquello que teníamos. Con los ojos cerrados habríamos vuelto a ese estrés que nos mantenía vivos, a esa jornada laboral que nos ataba cada día, a esas reuniones familiares que en algunas ocasiones tanto nos agobiaban… No era fácil comprender lo que estaba pasando, y mucho menos renunciar a todo lo que éramos. Pero no nos quedó otra salida y tuvimos que hacer frente a la nueva realidad. Nos empezaron a hablar de la existencia de un posible virus mortal, del que no sabíamos cómo protegernos. Al principio nos inundaron de teorías y normas múltiples para llevar a cabo: era la única forma de poder evitar que nos contagiásemos. Sin embargo, la solución más drástica fue dictar una orden directa de no poder salir nadie de nuestras casas. Un confinamiento a nivel general.
No sabíamos por cuánto tiempo teníamos que permanecer aislados del mundo exterior, ni cuan peligroso era el salir a la calle. Al principio todo era extraño, desconocido, ni siquiera en la televisión encontrábamos respuestas. Cada día eran noticias nuevas que se contradecían con lo que nos habían informado en la emisión anterior. Nos manteníamos comunicados entre nosotros por medio del teléfono: llamadas, mensajes, videollamadas… Claro que no siempre disponíamos de una señal de Internet óptima. Algunos vecinos hablaban de lo mal que iba la conexión, y ya era bastante duro no poder vernos, como para tener que soportar estar incomunicado. Lo que de verdad nos ayudaba era saber que nuestros seres queridos se encontraban bien. Y al principio parecía que así era. Sin embargo, la situación poco a poco fue cambiando, y lo que había ahí fuera estaba empezando a perjudicarnos de forma muy grave. De repente, la gente comenzaba a enfermar, sin saber muy bien a lo que se enfrentaba. Todavía recuerdo aquella sensación, la de la impotencia. No podíamos hacer nada más que esperar a que alguien nos diera una solución; que nos dijeran cuál iba a ser el siguiente paso para poder superar todo aquel caos que estábamos sufriendo y que nos perseguía, incesante.
-¿Podríamos decir que todo ha terminado?
Son tantas cosas en las que pienso, que no sé muy bien qué contestarte.
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Hoy es quince de marzo de dos mil veinte, y acaban de comunicar en la televisión que se ha dictado lo que llaman un estado de alarma. Lo que es alarmante es lo mucho que te echo de menos, parece que llevemos sin vernos una eternidad… Nunca me he atrevido a escribir sobre lo que siento; siempre he contado historias de amor ajenas, que nada tenían que ver conmigo. Sin embargo, me he dado cuenta de que, de alguna manera, tú eras el protagonista de todas ellas. Como no puedo decirte lo importante que eres para mí, he decidido escribirlo. Y más ahora, cuando no sé si volveré a verte. Los médicos dicen que te vas a recuperar, que es cuestión de tiempo. Hasta el momento, no me han dejado visitarte, aunque sí se lo han permitido a los familiares más cercanos. De todos modos, y teniendo en cuenta la que se nos viene encima, no sé si algún día podré hacerlo. Ser tu mejor amiga no les dice nada, solo aceptan visitas, como digo, de los familiares. Sin embargo, yo sé muchas más cosas de ti de lo que ellos sabrán jamás. Pero nada de eso es suficiente. Seguro que tampoco les haría cambiar de opinión el contarles cómo nos conocimos. Quizás sea por la situación, pero no puedo evitar ponerme melancólica y recordar cómo fue. Me gustaría poder preguntarte si tú también lo recuerdas. Seguro que me dirías que sí, que cómo olvidarlo. No parabas de repetir que nos conocimos en el pueblo más bonito de España. Valderrobres siempre será un pueblo con encanto que brilla con luz propia, decías, como lo hizo aquel año en Navidad, cuando protagonizó el encendido de luces navideño de Ferrero Rocher. Para ti fue especial porque nunca antes había ocurrido nada parecido en tu pueblo y, sin embargo, para mí fue especial porque te conocí a ti. Aún recuerdo cómo te sorprendiste cuando te dije que era la primera vez que iba allí; no podías entender que viviendo en Alcañiz nunca antes hubiese ido. Entonces me prometiste que ibas a llevarme por todas sus preciosas calles a pasear, para que admirase el gran patrimonio arquitectónico que puede apreciarse en ellas. Y cumpliste con ello. Al día siguiente, quedamos en el puente de piedra, desde donde se accede al casco antiguo. Después, quisiste que caminásemos durante un buen rato, mientras me explicabas cada lugar. Me hablaste del río Matarraña, del portal de San Roque, de la Casa Consistorial, lo que hoy en día es el Ayuntamiento, y seguimos caminando durante más de dos horas. Me encantaba ver cómo se iluminaban tus ojos cuando decías que las calles transmitían algo especial gracias a la combinación del agua del río con el casco antiguo, en el que se puede observar y disfrutar de la arquitectura de siglos pasados.
Cómo me hubiera gustado decirte que lo que yo de verdad consideraba que había de especial en aquellas calles eras tú.
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No doy crédito a lo que está ocurriendo. Una treintena de militares se encuentran controlando la ciudad para que todos los habitantes cumplamos con el confinamiento que marca el Real Decreto del estado de alarma. Pero no solo aquí en Alcañiz, sino en toda España. Llevamos dos semanas encerrados y no sé cuánto más va a durar esto. Las calles parece que se hayan convertido en verdaderos campos de guerra custodiados por hombres con uniforme y ametralladoras. O esa es la sensación que tengo ahora mismo. Quizás es que no estamos acostumbrados a verlos y por eso impactan tanto. El Ejército de Tierra se ha desplegado para realizar labores de reconocimiento de los puntos "sensibles" y recordar a todos los habitantes que debemos cumplir con el aislamiento para frenar la curva de propagación del coronavirus. Sobre todo, teniendo en cuenta que es fin de semana, y muchos alcañizanos tenemos la costumbre de pasarlo con la familia en el masico. Una tradición que en estos momentos no se puede cumplir, salvo que se vaya a llevar comida a los animales y sea una persona sola quien lo haga. Ojalá entendieran que yo lo único que quiero es ir a visitarte al hospital y saber que estás bien, aunque sigas ausente de esta realidad que nos ha cambiado la vida. Son muchas las personas que desean ir a ver a sus seres queridos, pero no se les permite porque han preparado plantas enteras para pacientes con COVID, y de ninguna manera quieren permitir que se corra el riesgo de contagiarse más gente. Sin embargo, tu caso es distinto, porque estás en el hospital incluso antes de que comenzara toda esta catástrofe. Quizás eso es lo que te ayuda a seguir bien, el estar aislado y ajeno a lo que está ocurriendo. Deseo con todas mis fuerzas que todo termine para poder ir a verte, pero más aún deseo que despiertes.
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Ahora mismo son las diez y media de la noche, y no se oye nada. Todos hemos entendido en lo que consiste el “toque de queda”. Las calles están vacías. Parece que los todoterrenos que han sido protagonistas en los últimos días han conseguido su cometido. La gente se ha resignado y ya no hay enfrentamientos. Como si el miedo a este virus hubiera terminado con todo. Pero te aseguro que con lo que no va a poder es con el deseo de verte despertar. No me importa el tiempo que tenga que esperarte.
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Cambian los números: suben los muertos. La puerta sigue sin poderse abrir. Las calles vacías, la noche callada. Y hoy el día se viste de luto un día más, o un día menos, como nos quieren mostrar. Los médicos trabajan como nunca, las ambulancias alcanzan velocidades insospechadas, los semáforos funcionan para nadie, y los pasos de cebra nunca han estado tan vacíos. Por no hablar de los parques, ahora convertidos en lugares tristes sin niños que los inunden de risas y nuevos recuerdos. Lo único que recordarán serán esos horribles precintos con señales de prohibido. Enciendo el televisor: mala idea; el número ha subido, y no precisamente el de las altas. Apago la tele, me tumbo en el sillón y pienso en lo vacía que tengo la nevera. Me levanto y miro por la ventana. Un vecino se asoma; no sabía que tocase la guitarra. De pronto, llena la comunidad de música que nos da esperanza y que nos ayuda a seguir vivos. A los minutos, deja de tocar. Nada se escucha. Nos miramos unos a otros, comprobando si estamos los mismos que el día anterior. Observo a otro vecino, este acompañado solo por su perro. No recuerdo haberlo visto antes. De repente, los balcones se llenan. El silencio se rompe y se inunda de aplausos. Y apareces tú, pero solo eres una ilusión. Cómo me gustaría que estuvieras aquí. Este caos sería diferente a tu lado.
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Este fin de semana, la Unidad Militar de Emergencias ha realizado tareas de desinfección en los lugares donde últimamente se han producido más aglomeraciones, como en los supermercados –que al menos sí que nos permiten salir a comprar-, en los polígonos industriales o en el hospital. Además, han dicho que querían ir a La Estanca, por si la gente fuera a juntarse también allí. Eso me ha hecho pensar en aquel verano que fuimos a bañarnos. Ojalá estuvieras aquí para poder recordarlo juntos. Te echaste a reír cuando te dije que Alcañiz era más bonito que tu pueblo, y te hablé de sus paisajes ricos y variados que alternan los cultivos de secano típicos del bajo Aragón, como campos de olivos, almendros y cereal, con espacios naturales como el lago de la Estanca, donde te reté a ir conmigo. Me encantó cuando dijiste que lo habías pasado en grande, que te pareció precioso, pero que eso no significaba que yo tuviera razón. Que tu pueblo seguía siendo el más bonito de España. Cuánto deseé decirte que todo eso a mí me daba igual, y que lo único que quería era compartir más tiempo contigo, por eso buscaba cualquier excusa para poder verte otro día.
Aquella misma tarde fuimos a pasear por el centro de Alcañiz, y te invité a merendar en la pastelería Alejos. Me preguntaste qué tenía de especial, y yo te dije que es uno de los establecimientos con más historia de la ciudad. Se encuentra en pleno casco histórico, y es el lugar ideal para disfrutar de un buen café y de las mejores pastas artesanas. Lo que no añadí fue que era perfecto para compartirlo con una compañía como la tuya.
Hoy es Viernes Santo. Teníamos la esperanza de que pudiera celebrarse algún tipo de procesión, pero ni aquí ni en ningún lugar de España se va a poder disfrutar de ninguna cofradía. Si al menos pudiera decirte lo que te extraño… Ahora estaba recordando lo bien que lo hemos pasado en los últimos años. Nos encantaba ir a Calanda para disfrutar de ese momento de silencio sepulcral minutos antes del mediodía, para ver cómo se rompía la hora justo a las doce con el estruendo de numerosos tambores y bombos que era tan ensordecedor como emocionante. Este año lo han tenido que suspender, y la verdad es que a todos los fieles nos ha dado mucha pena; pero nada me duele más que no saber cómo te encuentras. Lo único en lo que pienso y lo que deseo ahora mismo es que despiertes, aunque sea en medio de esta realidad espantosa que nos está tocando vivir. Lo demás carece de significado para mí.
***
Los días son largos y las noches interminables. Mi mente se esfuerza en ponerme a prueba y te busco en la sombra que me he llevado conmigo, la que me desafía y luego muestra mi soledad. Sé que no estás, pero te busco en cada esquina. A veces incluso pongo un cubierto más en la mesa, por si quisieras venirte a comer. Sé que a causa de esta situación tampoco podrías hacerlo, pero solo imaginarlo me reconforta. Después vuelvo a la realidad, y soy consciente de que hoy tampoco despertarás.
Es tu cumpleaños, y he recordado que el año pasado lo celebramos juntos. Te encantaba ir a pasear por la ronda de Caspe, y aquel día caminamos más de treinta kilómetros. Siempre te decía que no me gustaba andar, y te sorprendías cuando era capaz de seguir caminando hasta donde dijeras. Hoy he salido a caminar por la ciudad, sin salir del perímetro que nos han ordenado no sobrepasar; y después de dar varias vueltas alrededor del hospital, me he vuelto a casa. No he tenido fuerzas para continuar. Ahora me doy cuenta de que lo que me daba energía para hacerlo eras tú. Estás tan cerca y tan lejos al mismo tiempo…
Casi no puedo creerlo. Esta situación se está alargando demasiado. Han pasado ya dos meses desde que nos confinaron, y de momento no parece que vayan a cambiar las cosas. Creo que voy a terminar volviéndome loca, porque siguen sin dejarme ir a verte al hospital. No me apetece pasear, que es lo único que podemos hacer ahora mismo, ni tampoco me ayuda ver series de televisión. La gente está como loca pensando en la de sitios a los que les gustaría ir. Quizás antes nunca habían pensado en ellos, pero ahora les encantaría ir a ver un montón de museos, Iglesias y todo tipo de monumentos a los que no podemos ir porque están cerrados. Cómo somos las personas, que cuanto más nos prohíben hacer algo, aún mayor es el deseo de querer hacerlo. De todos modos, aunque a mí también me gustaría ir a todos esos sitios, sé que sin ti no sería lo mismo. Recuerdo que la última vez que hablamos de hacer turismo dijiste que querías ir a Mirambel; y yo te dije que podíamos aprovechar para ir a Cantavieja. Me encantaba que hiciéramos planes, y no me cansé de decírtelo; pero lo que nunca supiste fue que lo que más me gustaba de todo era hacerlos contigo.
Han levantado algunas restricciones, y la gente ya quiere recuperar sus vidas, sus viejas costumbres. Han comenzado a hacer planes, y piensan que todo esto solo ha sido un mal recuerdo. Y es cierto. Ha sido una horrible pesadilla que paró al mundo: paró las reuniones que no podían esperar, paró los momentos inaplazables, paró a todas esas cosas importantes que no se podían hacer en otro momento, paró esas visitas pendientes, esos viajes pospuestos... Todo aquello que era obligatorio e imposible que pudiera dejarse para otro día, todo aquello, también paró. Todo se convirtió en luces y sombras, en pequeños trozos de vidas; pequeñas vidas a medias sin poderlas compartir. Primero, esa rabia se convirtió en anhelo, ese anhelo en esperanza y, por fin, esa esperanza parece que ha vuelto a convertirse en vida. Mientras tanto, yo lo único que deseo es que me digan cuándo podré ir a verte.
Aunque soy consciente de que no hemos vuelto a esta nueva normalidad siendo los mismos; ni estamos todos los que éramos, porque hemos perdido a demasiadas personas por el camino, hoy me siento feliz, porque ha sido un gran día. ¡Al fin me han dejado verte! No puedo explicar lo que he sentido cuando te he visto en esa cama, sin moverte. Me hubiera gustado abrazarte, decirte las ganas que tenía de sentirte cerca, de estar a tu lado. Soy incapaz de salir adelante sin ti. Dicen que mientras hay vida, hay esperanza. Por eso no me voy a rendir y te prometo que voy a ir al hospital siempre que pueda. Ojalá me dejen entrar cada día que vaya.
Esta situación que hemos vivido por culpa del virus ha sido muy dura; separó muchas vidas y, al mismo tiempo, unió muchas otras. Porque todos queríamos mirar hacia la misma dirección. Compartíamos los mismos sueños, anhelábamos las mismas ilusiones, y soñábamos con salir adelante. Hoy en día, aún miramos hacia detrás, temiendo que todo lo que hemos conseguido se desvanezca y lo perdamos de nuevo. Por ello, debemos seguir siendo fuertes, construir un futuro pensando en no volver a vivir aquel pasado; corrigiendo los errores cometidos, y recordando que juntos hemos logrado llegar hasta aquí. Y sé que si hemos podido superar todo esto, tú también serás capaz de salir adelante. Quizás tendrás que volver a aprender a andar; pero, si despiertas, te prometo que sacaré energías de donde no tengo para ayudarte con lo que venga. Porque solo si tú estás aquí, mi vida cobrará sentido. Sin embargo, si tú te vas, lo habré perdido todo. Ojalá me estuvieras escuchando, entonces notarías que mis palabras son sinceras, y sabrías que te quiero desde que te conocí.
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Han pasado demasiadas cosas desde que tuviste que ingresar en el hospital; ahora que me dejan verte quizás pueda ir contándotelas cada día. Me gustaría ir a visitarte a menudo, pero las restricciones no han terminado y no sé si podré hacerlo. De todos modos, lo voy a intentar.
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Hoy pienso en todo lo que hemos pasado y, aunque fue muy duro, ahora mismo me haría feliz el simple hecho de saber que me escuchas. Quizás sea egoísta, pero solo deseo que sientas cada día que estoy ahí; junto a tus manos, tan heladas, y tu mirada, tan perdida. Esta tarde me he atrevido a leerte un trozo de mi Diario. Siempre lo llevo conmigo, pero hasta hoy no había dado el paso. Últimamente me dejan estar un poquito más haciéndote compañía, y quizás pueda leértelo entero. No son muchas páginas, y me gustaría contarte todo lo que pensaba y lo mucho que te eché de menos, ya que los médicos no me han dado demasiadas esperanzas. Llevas mucho tiempo conectado a esta máquina que te mantiene con vida, y aunque me niego a pensar que tienen razón, no quiero irme sin recordar contigo aquellos días espantosos, en los que solo pensaba en ti. Te parecerá extraño, pero de esta manera siento que estamos más unidos que nunca. Ya sé que no eres consciente de todo ese caos que nos vino de pronto; sin embargo, necesito decirte que mi pesadilla comenzó antes de toda esta pandemia. Justo en el momento en el que terminaste en el hospital, sin saber lo que estaba ocurriendo ni lo que vino después.
***
Me gustaría pensar que eres consciente de que estoy a tu lado cada día, y que con mis palabras te estoy dando un poquito de energía para que quieras despertar. Te prometo que si lo haces no voy a pedirte nada, ni siquiera que me correspondas. Jamás me he rendido, pero he de ser consciente de la realidad. Los médicos dicen que no pueden hacer nada. Que depende de tu cuerpo, de tus órganos y de tus ganas de vivir. Pero te prometo que si despiertas, haré como si no existiera este amor que siento por ti, y callaré si me aseguras que no volverás a irte. Lo haré por mantener nuestra amistad.
Hoy, mientras caminaba hacia el hospital, pensaba en la de cosas que te he contado durante estos meses. Ayer terminé de leerte mi Diario. Quizás no tenía que haberlo hecho, tal vez ha sido muy egoísta por mi parte, pero no podía guardar más mi secreto. Y eso debe seguir siendo: un secreto. Porque ha sucedido un milagro: ¡Por fin has abierto los ojos! He sentido tu mirada sobre la mía y luego me has dedicado una sonrisa. ¡Me has reconocido nada más verme! Y yo, después de tanto desear que despertaras, no he sabido qué decir y me he quedado en blanco. Te he observado, en silencio, esperando a que hablaras. Me moría de ganas de preguntarte tantas cosas; sin embargo, solo me he concentrado en contener mis lágrimas. Después, he llamado al médico y ha comprobado que estabas bien. Ha sido la mejor noticia que podía oír. Nos ha vuelto a dejar a solas y yo seguía sin saber qué decirte. De repente, me has preguntado qué había pasado, y entonces me he dado cuenta de que no recordabas nada ni eras consciente de lo que te he ido contando en cada visita, cuando venía a verte. Pese a ello, me he alegrado de que haya sido yo la que haya podido contestar a cada pregunta que me has hecho mientras te explicaba lo que ha sucedido durante todo este tiempo. Después de todo, soy tu mejor amiga.
He cogido aire, pensando en la promesa que te hice cuando aún estabas en coma y, tras una sonrisa, he comenzado a contarte:
“Fue de pronto, sin esperarlo. De un día para otro la vida cambió. De repente, sin haber podido reaccionar…”
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