¡Hola! ¿Cómo estáis?
Aprovechando el día de hoy, me
gustaría compartir con vosotros un relato que me publicaron hace justo dos años
en el Diario de Teruel. La verdad es que fue una experiencia muy chula. Todas las
personas que queríamos colaborar teníamos que inspirarnos en una fotografía que
nos enviaba el periódico –concretamente la sección: “Espejo de tinta”-, que era
facilitada por parte de la Sociedad Fotográfica Turolense. Las imágenes se
repartían de forma aleatoria y una vez entregadas se dio un plazo para enviar
los relatos, que se publicaron a lo largo de los meses de julio, agosto y septiembre. El
mío lo publicaron el 5 de agosto. Por eso me gustaría dedicarle la entrada
del blog de hoy para que aquellos que no lo hayáis leído, podáis hacerlo si os apetece:
REFLEJO
EN EL AGUA
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A esas
horas de la noche la oscuridad acechaba y el silencio parecía el único
protagonista en el Campillo de Teruel. Unas pocas farolas iluminaban la balsa
mientras el viento soplaba levemente, provocando que el agua oscilara de forma
lánguida; con un movimiento casi imperceptible. Aquel lugar era un punto de
encuentro para los habitantes del pueblo y de alrededores, sobre todo los fines
de semana. Sin embargo, en ese momento estaba todo vacío, salvo por una pequeña
figura que podía verse reflejada en la superficie del agua.
Se
trataba de Pascual, un hombre mayor que acudía allí para estar solo, como cada
noche desde que ella se fue. Había estado un par de horas deambulando de un
sitio a otro para terminar en el lugar de siempre; en el que era su favorito.
Ya no se oían las risas de los niños que habían estado correteando por allí
aquel domingo por la tarde, ni los gritos de los mayores alardeando con los
suyos sobre la cantidad de rebollones que habían cogido por la mañana. Pascual
miraba con atención el reflejo de la Iglesia que se encontraba en la orilla
contraria, así como el del pequeño parque de columpios, los que ahora se
balanceaban muy despacio con la suave brisa. No era lo mismo contemplar ese
paisaje en solitario, pero le prometió que iba a continuar visitándolo. Quizás
fuera su recuerdo el que le daba el impulso necesario para seguir yendo a aquel
lugar de forma continua y relacionarse con las personas del pueblo, tal y como
solía hacer junto a ella.
No
obstante, a Pascual le seguía gustando observar a sus vecinos, sobre todo a los
jóvenes. De vez en cuando compartía con ellos alguna de sus experiencias, esas
que vivió cuando era tan solo un muchacho. Lo cierto es que añoraba aquellos
años de juventud, donde su principal preocupación era no perder ninguna de las
canicas que guardaba en sus bolsillos, o conseguir intercambiar ese cromo que
tenía repetido para hacerse con el que le faltaba y así completar la colección.
En sus tiempos sí que aprovechaban bien aquellos ratos con los amigos, sin
máquinas que atontaran ni más redes que las de las porterías del campo de
fútbol.
De
todos modos, no podía engañarse, y mucho menos aquella noche, frente a la
balsa. Él sabía que lo que de verdad echaba de menos era no poder contar todas
esas anécdotas con ella. Había pasado más de un año desde que se fue, pero cada
día era más duro que el anterior; aunque aparentara estar bien delante de la
gente. De hecho, algunas veces dejaba salir una sonrisa al recordar cómo se
conocieron; sólo tenían quince años y desde el primer momento supieron que
habían nacido para estar juntos el resto de sus vidas.
De
repente, sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de unos pasos
acercándose a la balsa. Pascual se giró para ver de quién se trataba, pero no
vio a nadie. Volvió a mirar hacia delante, creyendo que había sido fruto de su
imaginación; pues era consciente de que ya tenía una edad. No obstante, tras
unos segundos, esos pasos volvieron a escucharse. Extrañado, observó a su
alrededor, preguntándose quién podía estar por ahí a esas horas de la noche. Como
si de una necesidad se tratara quiso caminar por la orilla, rodeando la balsa;
pero algo se lo impidió. Sin esperarlo, su cuerpo se paralizó y sus piernas
apenas lo sostenían. No podía moverse y le costaba mantenerse en pie. De
pronto, sintió una mano apoyándose en su hombro; pero seguía inmóvil, ni
siquiera podía ladear la cabeza. Trató de concentrarse, pero cada vez notaba su
hombro más frío; sentía como si se le estuviera congelando la piel. Cerró los
ojos y, cuando creyó que ya no era capaz de soportarlo más, aquella horrible
sensación desapareció. ¡Por fin podía moverse! Se giró y, de nuevo, no vio a
nadie. Miró a un lado y a otro, intentando comprender qué había ocurrido. Fue
entonces cuando le pareció ver la silueta de una persona a lo lejos. Parpadeó
varias veces, se quitó las gafas y entornó los ojos. Volvió a ponérselas y
siguió luchando contra las cataratas que ya estaban empezando a aparecer, hasta
que por fin pudo ver a una anciana a la otra orilla de la balsa:
–¿Se
encuentra bien?
La
mujer no pareció darse cuenta de su presencia y continuó caminando. Pascual,
sin perder tiempo, decidió seguirla. Conforme se acercaba, sentía que su
corazón iba latiendo más deprisa. Intentó acelerar el ritmo, lidiando contra su
artrosis. Tenía que conseguir llegar hasta ella. Siguió caminando y, cuando se
encontró a unos metros de su espalda, la anciana paró y se dio la vuelta.
Apenas los separaban unos cuantos pasos; sin embargo, una vez más, había
quedado inmóvil. Observó aquel rostro y una conmoción se agolpó en su garganta.
No podía pronunciar una palabra. Esa cara le resultaba familiar, pero le
costaba asimilar a quién tenía delante. Acto seguido, miró hacia la balsa y se
dio cuenta de algo muy extraño: la anciana no tenía reflejo en el agua. Pensó
que podría ser un efecto óptico, causado por la tenue luz que los rodeaba, pero
algo en su interior le decía que había algo más detrás de eso. Volvió a mirarla
y sintió cómo el vello de su piel se erizaba. Esa mujer estaba despertando algo
en él que hacía mucho tiempo que no sentía. Sin dejar de mirar aquellos ojos,
que habría reconocido entre un millón, luchó por dar unos pasos hacia delante
para poder aproximarse a ella un poco más. De repente, la anciana le sonrió y
dijo: “gracias por seguir visitando mi lugar favorito”. En ese mismo instante,
Pascual supo que lo que sentía era real. Avanzó hasta donde se encontraba y ya
no tenía dudas. Podía distinguir incluso su aroma y, cuando estaba tan cerca
como para poder tocarla, de pronto, ella desapareció.
Hasta
ese momento, había compartido muchas de sus experiencias con los del pueblo,
pero aquella no iba a contársela a nadie. Quería evitar habladurías. Él sabía a
quién había visto. Regresó a la parte de la orilla donde se encontraba antes, y
siguió en silencio observando el reflejo de la Iglesia y del parque de
columpios en el agua.
Espero
vuestras opiniones, me encantará saber qué os parece.
Dejo
por aquí también el enlace al diario de Teruel:
https://www.diariodeteruel.es/el-espejo-de-tinta/reflejo-en-el-agua
Por hoy me despido. ¡Gracias por estar ahí!
Hasta el martes que viene. ¡Feliz semana!
PD: Nunca dejéis de soñar.