¡Hola a tod@s!
La semana pasada estuvimos hablando de los dos tipos de escritores que podemos encontrar cuando se crea una historia: escritor brújula y escritor mapa. Desde mi punto de vista, creo que estos tipos de escritores también podrían aplicarse de alguna manera a la hora de describir un escenario o incluso un personaje; y no solo en el momento de desarrollar la trama. Por ejemplo, podemos pensar en cómo queremos que sea nuestro personaje y seguir unos pasos concretos para describirlo (escritor mapa), o bien, podemos imaginarlo en nuestra mente y dejarnos llevar por lo que vamos viendo y describirlo sobre la marcha (escritor brújula).
Hoy quiero contaros que he seguido mirando el contenido del archivador del que ya os hablé hace algunas semanas, y he encontrado otro escrito que me gustaría compartir con vosotros; por cierto, ni siquiera me acordaba de él. Se trata de un relato que escribí en un curso online que hice de escritura creativa hace varios años. Uno de los ejercicios que teníamos que hacer consistía en describir en unas trescientas palabras a una mujer mayor. El enunciado completo decía así: Empieza con su aspecto físico, intentando ir más allá de las arrugas y del cabello canoso, y continúa describiendo cómo imaginas su personalidad. Hazlo también a través de lo que dice y de cómo lo dice". La verdad es que no es nada fácil seguir unas pautas a la hora de describir un personaje, y este ejercicio fue de los primeros que realicé. No recuerdo muy bien cuál fue la impresión de la profesora que impartía el curso sobre mi "descripción" -que yo casi la convertí en una pequeña historia-. Solo recuerdo que me dijo que siguiera escribiendo.
El relato es cortito, y muy diferente al tipo de historias que suelo escribir. No obstante, me gustaría compartirlo porque lo considero especial precisamente por eso, porque es distinto a todos los demás escritos que tengo. Y también porque lo escribí cuando tenía unos dieciocho años... ¡Cómo pasa el tiempo!
"Josefa se despierta todos los días a las ocho en
punto. Se incorpora lentamente, retira de su cuerpo las mantas de felpa, que ni
siquiera en pleno verano se deshace de ellas, y consigue sentarse en la cama.
Después, empuña su bastón, se levanta luchando contra sus piernas frágiles y
huesudas, y arrastra sus pies hasta la cocina para prepararse un café. Siempre
se negó a dejarlo, tal vez porque le gustaba ir en contra de los médicos. Ahora
no le importa qué efectos le pueda ocasionar.
Josefa friega su taza, la deja escurriéndose en la pila, y
camina a su paso hasta llegar al cuarto de baño. Todavía puede elevar los
brazos para hacerse el moño de siempre. Ya hace mucho que dejó que el color de
la nieve se apoderase de ese tono dorado que le hacía ser una mujer tan sexi.
Ahora se pregunta si debería haber esperado un poco más antes de hacerlo. De
todos modos, no importa. ¿Quién se iba a fijar en ella?
Cuando termina de arreglarse, camina hasta el ventanal del
cuarto de estar. Se sienta en su viejo sillón, que tiene casi tantos años como
ella, y observa tras el cristal cómo transcurre el día. Quizás antes
acostumbraba a dar un paseo, pero ahora no le quedan ganas de salir. En su
rostro se puede apreciar el tiempo que ha pasado desde que la vida dejó de
tener sentido para ella. En esa mirada se pueden leer miles de recuerdos. El color
de sus ojos no ha cambiado, pero no se puede decir que estos sean los mismos. Están
tristes, cansados. Tal vez han vivido demasiado. De vez en cuando, saca un
pequeño espejo que guarda en su bolsillo y se mira para comprobar que sigue
viva.
Cuando atardece, no puede evitar que mil lágrimas caigan
por sus mejillas. Se siente sola. Nunca tuvo hijos, y su marido la abandonó
siendo muy joven. Desde entonces no ha dejado de preguntarse por qué el destino
tuvo que separarlos.
Josefa se acuesta en la cama. Deseando una noche más que
Dios la ayude, que la lleve con él. Cierra los ojos con la esperanza de no despertar,
pidiendo por favor que no vuelva a ver cómo acontece otro día…”.
No sé si puedo decir que respetara el enunciado con exactitud, pero me ha emocionado encontrarme con un relato así. ¿Qué os parece, os imagináis a Josefa en el ejercicio que entregué?
¡Hasta el lunes que viene! Gracias por estar ahí.
¡Feliz semana!
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